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Hay multitud de crímenes que se han desvelado por un rastro de sangre, pero en 1891 en Extremadura hubo un caso mucho más particular, un asesinato resuelto al seguir un rastro de garbanzos.
El 1 de agosto de 1981 Higuera de Vargas quedó conmocionada con una noticia, un joven de 15 años, José, había aparecido muerto en las tierras de su familia, en un cultivo de garbanzos.
Tenía el cuello lleno de heridas profundas y se había desangrado. Era el hijo del dueño de esas tierras, de una familia de agricultores querida en la localidad, por lo que los vecinos se indignaron y pidieron justicia.
La investigación la llevó, según indicó el periódico La Crónica, el sargento de la Guardia Civil del puesto de Higuera de Vargas. Tras inspeccionar el lugar del crimen, este agente se dio cuenta de que las gavillas de garbanzos, (las plantas) estaban revueltas, como si hubiesen recogido legumbres en esa parcela.
El sargento decidió que esa pista era importante y, junto a sus compañeros esperaron a que fuese de día y buscaron garbanzos en el suelo, unas pocas huellas que había en el camino y que fueron siguiendo hasta otra finca del pueblo.
Curiosamente la parcela a la que llegaron también era un cultivo de garbanzos de otro vecino del pueblo, Juan. Hablaron con el propietario y le pidieron comprobar sus gavillas. Se dieron cuenta que entre las cestas recogidas había dos variedades distintas de garbanzos, lo que les hizo sospechar. Luego comprobaron que parte de los garbanzos eran similares a los del lugar del asesinato y a los del rastro que habían seguido.
Era un indicio de que el asesinato se pudo haber producido por un robo de garbanzos, pero no constituía una prueba definitiva. La clave era situar a Juan en el lugar en el que murió el joven José.
La pista definitiva llegó poco después. La Guardia Civil encontró a un vecino que había pasado el día de los hechos en compañía del sospechoso. Finalmente confesó que se separó de él unos minutos antes del crimen y que fue junto a los cultivos del padre de la víctima. Su testimonio fue procesado y enviado al juzgado de Olivenza.
Eso logró que los agentes detuviesen a Juan. Tuvieron que buscarlo y capturarlo porque había huido de su casa, pero los investigadores lo localizaron unas horas después, antes de que pudiese salir de Higuera de Vargas.
El arresto y la rápida resolución le granjearon al sargento responsable las felicitaciones de la prensa. «Enviamos nuestros plácemes al sargento don Miguel Grajera, no solo por el celo con que procedió en este asunto, sino porque ha demostrado tener las condiciones que son necesarias en todo individuo de la policía judicial, para poder cumplir con acuerdo todos los deberes de su cargo», publicó con entusiasmo el periódico La Crónica.
El juicio se celebró en octubre de 1892. El Fiscal defendió que se trataba de un delito de robo con resultado de homicidio o de asesinato y hurto. Pidió pena de muerte si el tribunal consideraba la primera posibilidad y cadena perpetua en el segundo caso.
En el proceso compareció el procesado, que mantuvo su inocencia, aseguró que no era responsable de la muerte del muchacho, aunque eludió las preguntas sobre el robo de los garbanzos. Su abogado defensor compareció en la misma línea indicando que podría ser responsable de un robo, pero que el famoso rastro de garbanzos nada tenía que ver con el asesinato del menor.
El tribunal, sin embargo, consideró probado que Juan era el autor de la muerte del joven. El Ministerio Público mantuvo sus peticiones, incluida la de llevar al agricultor al patíbulo. La defensa rogó que los cargos se quedasen en asesinato con hurto para evitar la pena de muerte. Lo logró, Juan salvó su vida pero fue encarcelado sin fecha de salida. También tuvo que indemnizar al padre de la víctima con 2.500 pesetas además de pagar las costas.
Su condena apaciguó a un pueblo que, sin embargo, quedó conmocionado durante mucho tiempo por el crimen. Se recordaba la pérdida de la vida de un joven querido de una familia apreciada por un sencillo robo de garbanzos. Si hubo algo más detrás, ni los investigadores ni el juicio lo sacaron a la luz.
El crimen del rastro de garbanzos es peculiar, pero no es el único famoso en la Crónica Negra de Extremadura relacionado con legumbres. En Badajoz capital uno de sus crímenes más célebres tuvo como protagonistas también a los garbanzos, aunque con un uso más cruel. No fueron el objeto de un robo, sino el arma homicida.
Fue en 1879, dos años antes de suceso de Higuera de Vargas y quedó bautizado para la historia como el crimen de la calle Comedias (en la actualidad Donoso Cortés, junto al Ayuntamiento pacense). Cuatro personas, incluida una amiga de la víctima, fueron a comer a la casa de una anciana que era muy pobre, pero en el barrio se decía que guardaba dinero. Decidieron matarla y quitárselo y lo hicieron con un método sádico, metiéndole garbanzos por la nariz para que se asfixiase y pareciese una muerte natural, propia de una persona mayor.
En el caso de la calle Comedias, no fue un rastro de legumbres el que delató a los responsables, sino un error tonto, se llevaron la llave de la casa de la anciana, por lo que los investigadores se dieron cuenta de que ocurría algo extraño. Localizaron la llave escondida entre los pechos de la sospechosa y ella delató al resto.
Curiosamente el caso de Higuera de Vargas también está relacionado con otro suceso muy famoso. La muerte del joven José ocurrió el 1 de agosto de 1891 y seis días después tuvo lugar el asesinato del carnicero de Herrera del Duque. Este hombre acudió al cuartel de la Guardia Civil asegurando que su mujer, compinchada con su suegra, le había echado algo en el aguardiente que se tomaba por las mañanas.
Acertó, era estricnina y la muerte del carnicero acabó con una de las primeras condenas contra mujeres en Extremadura por un asesinato a sangre fría.
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Óscar Beltrán de Otálora, Gonzalo de las Heras e Isabel Toledo
María Díaz | Badajoz
Natalia Reigadas | Badajoz
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